
Hasta ahora, los fabricantes de
automóviles dedicaban todo su esfuerzo en demostrar cuán grande
sabían hacer un coche y cuanta tecnología podía éste portar. Con los
años, dichos adelantos se terminaban aplicando a la escala menor de
su gama mientras los buques insignia no paraban de ser portada de
los principales medios por tal o cuál adelanto técnico.
Toyota rompe la baraja al ser el primer fabricante “de verdad” en
fabricar un mini vehículo en serie –en Mercedes me van a tener que
perdonar pero Smart era y es un fabricante de relojes, por muy
genial que haya sido su producto-, y además lo hace con un aporte
tecnológico magno. Vayamos por partes.
Del diseño, esa parte fundamental de todo coche bien hecho, destacan
unas defensas delanteras prominentes como si tuvieran paliar una
posible sensación de inseguridad por el pequeño tamaño del vehículo
en general. No hay voladizos, ni delante ni detrás. Obvio. No vamos
a decir que se parece a su único rival real en la actualidad, el
Smart… de momento ningún fabricante ha conseguido innovar en este
sentido (nos referimos a quienes ya han presentado sus “mini”
concept cars). Eso sí, tiene personalidad propia.
Del interior, decir que por el mero hecho de tenerlo ya es un
mérito. Y si encima cuenta con el diseño de este iQ, más meritorio
aún si cabe. El salpicadero es asimétrico, más prominente en la
parte del conductor que en la del acompañante, donde prácticamente
se enrasa con el parabrisas y así beneficiar las cotas de
habitabilidad. Y ésta es la clave del iQ, pues el pasajero delantero
derecho puede adelantar muchísimo su asiento para favorecer un
relativamente amplio espacio para el acompañante trasero.
Es decir, que hasta ahora tenemos tres plazas bastante razonables,
dignas de vehículos del segmento superior (utilitarios). Ahora bien,
la cuarta plaza que Toyota se ha sacado de la manga no cuenta con
tales ventajas. Es más bien limitada, quizás a un trayecto corto o a
niños, aunque es destacable que permite anclar la silla de un bebé.
Del maletero decir que seguimos buscándolo… bromas aparte, éste tan
solo tiene sentido si abatimos parcial o completamente los asientos
traseros pues de otra manera se limita a apenas 32 litros, es decir,
un portátil, una agenda y poco más. Ingeniosa por cierto, la forma
de ocultar la carga con los asientos abatidos mediante una lona con
remaches imantados. El puesto de
conducción nos ha sorprendido gratamente, pues es similar al de un
turismo medio: asientos cómodos… muy cómodos, volante en su sitio y
de tacto agradable, un pedalier que no se desalinea en exceso a la
derecha, una climatización eficaz, etc. Todo lo que se espera de un
turismo. Eso sí, nada más arrancar
y en la primera curva empezamos a darnos cuenta de las
peculiaridades de este sibarita urbano. Callejea en la ciudad como
ningún otro coche que recordemos, hasta el punto de sorprendernos
por cómo es capaz de girar en zonas en las que otro urbano debe
hacer, al menos una maniobra adicional.

El iQ es sinónimo de innovación tecnológica, un referente que aunque
llega tras muchos años de vigencia del concepto Smart es capaz de
disimular perfectamente sus dimensiones en términos de dinámica.
Para ello, los ingenieros de Toyota han desarrollado técnicas como
el diferencial compacto situado en la parte delantera del vehículo,
la dirección de acoplamiento central, el depósito de combustible
ultraplano bajo el suelo o unos conductos de climatización
minúsculos, por ejemplo. En ciudad,
como hemos dicho, el iQ no tiene problemas. Era de esperar. Quedaba
por ver como se las arreglaba a la hora de circular por carreteras y
autopistas. De nuevo aquí, el pequeño Toyota sorprende pues casi
podemos asegurar que incluso supera a su hermano mayor el Aygo y se
sitúa prácticamente a la par del Yaris. Gracias al motor delantero
–trasero en el Smart- las suspensiones tienen una configuración
similar a la de un turismo, aunque con una cierta “dureza” que hacen
que no sea un coche que flote en exceso. Quizás por eso nos ha
gustado tanto su tacto en carretera, pues a pesar de ello absorbe
perfectamente las irregularidades y no se descompone al pasar por
juntas a alta velocidad.
Por suerte, durante la prueba pudimos contar con viento lateral en
un recorrido por autopista, otra prueba de fuego para este pequeño
automóvil. El iQ salió bien parado, sin que se mostrara ni más ni
menos nervioso que un vehículo convencional de pequeño tamaño.
Es capaz de rodar por encima de los límites de velocidad en
autopista de nuestro país sin que proteste, con un confort acústico
notable y una grata sensación de seguridad. Su pequeño motor
tricilíndrico de 1.0 litros y 68 CV de potencia parece recién salido
del horno, pues dice adiós a las vibraciones y asperezas que
caracterizan a otros modelos que lo montan.
No recuerdo tampoco haber conducido un motor tan pequeño y que diera
tan poca sensación de flaqueza –o estoy perdiendo a pasos
agigantados la memoria, o en Toyota han hecho un gran trabajo-.
Incluso a pesar de los larguísimos desarrollos del cambio (en
segunda pasa de 100 km/h y en tercera de 120 km/h), puede con lo que
se le ponga delante. Quizás lo que más moleste sea una primera
marcha muy larga, más que el resto de velocidades. Pese a ello, no
es de esos coches que hay que acelerar cruelmente para iniciar la
marcha. Todo lo contrario, se deja llevar suavemente sin amagos de
calarse o vibraciones. Un coche
ciudadano y más si es Toyota, debe ser respetuoso con el bolsillo de
su propietario por consumo. Y el iQ lo logra, con un consumo en
ciudad en condiciones reales de entorno a los seis litros a los cien
kilómetros, cifra que baja hasta los cinco si alternamos con
recorridos extraurbanos. El iQ
rompe los tabúes que pudieran existir sobre vehículos pequeños,
básicamente por una dinámica demoledora, una seguridad contrastada y
una practicidad fuera de toda duda para sus cotas exteriores.
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